domingo, 25 de agosto de 2013

Hacia una isla incierta (Enrique Molina)



Poema 16, de "Hacia una isla incierta"
(para "La danza del ratón)

La luz de la lámpara salida de una nube,
de una hendidura en la oscuridad, 
se curva al iluminar su cadera, se desliza 
sobre sus cabellos, cuerpo de mujer desnuda 
en lo inestable, en la fugacidad deslumbradora 
de cualquier lugar de la tierra, uñas brillantes, 
sonrisa brillante, su mirada, vagos espejos 
en la corriente del río. ¿Y quién 
puede reflexionar si esa música llega de tan hondo? 
Tibio soplo de los cañaverales, cierta angustia 
ante el reclamo de la deriva, allí 
donde el viento es siempre nostalgia. 

 El hombre ve pasar las aves migratorias 
alejándose en busca del verano, 
viajeros que desaparecen, todo entrevisto 
en detalles inesperados, en otras verdades. 
Quizás ella vive sola, junto a una palmera, 
a la espera de un día que no llegará nunca.

Enrique Molina. Buenos Aires/ 1993

Enrique Molina. El poeta errante (Javier Cófreces)





Si tuviera que definir en pocas palabras el encuentro con Enrique Molina diría que fue el premio a la paciencia, o mejor, a la insistencia. Durante más de seis meses procuré entrevistarme con él, pero fue un año difícil para el poeta. Estuvo muy delicado de salud durante los primeros meses, y aunque se sobrepuso, debió soportar alguna recaída que lo tuvo a maltraer. Tiene 83 años y su organismo probablemente lo acusa más que él, ya que se lo ve espléndido y vital.
La lectura de Hacia una isla incierta, su último libro, editado en 1992, es el mejor testimonio de su potencialidad. No obstante, al tenerlo delante y tras conversar un par de horas con él, no quedan dudas de que Molina es un hombre tremendo, activo, con una energía y una vitalidad creadora envidiables.
El mismo reconoce ser poco afecto a las notas, reportajes y relaciones públicas hoy día y confiesa "haber quedado mal con mucha gente" a quien no correspondió. "Soy un pésimo corresponsal", no se cansó de repetir durante la charla. "No tengo tiempo, o no me organizo para responder las cartas que me llegan o los libros que recibo por decenas durante el año".
Su tiempo todavía se divide entre la plástica y la poesía: "Sin embargo, en un momento de mi vida decidí optar por una de ellas, a lo mejor me equivoqué; con la pintura probablemente hubiera hecho dinero. Uno ya sabe que con la poesía eso es imposible, de todos modos me aferré a ella". El living de su casa de Palermo está repleto de cuadros que pintó, con esas maravillosas mujeres gordas, tan generosas como los colores que desbordan las pinturas. Acaba de concluir unos textos para la puesta en escena de su novela Una sombra donde sueña Camila O Gorman, que próximamente será convertida en ópera. También planifica un viaje a México- "parece mentira pero allá me consideran más que aquí"-y comenzó a enseñarme revistas y diarios de este año con notas y comentarios acerca de su obra publicados en el exterior. El propósito es presentar una exposición con sus cuadros, para lo cual tiene previsto concluir varios collages para completar la muestra.
Con el paso de los minutos la conversación se hacía más distendida y fue nombrando poetas argentinos, libros y recuerdos. A cada momento se levantaba de su sillón en busca de material para apoyar lo que decía enfáticamente, hasta llenar de revistas, notas y papeles la mesa.
Todo el tiempo citó a poetas y en más de una ocasión exaltó el valor del surrealismo, al que considera "el movimiento cultural más importante del siglo". Todas sus reflexiones aparecieron sinceras, transparentes y conmovedoras.
Hacia el final del encuentro la emoción de quien escribe estas líneas se vio sacudida por una pregunta, sobre la despedida, esta vez proferida por Molina: "¿Cómo anda aquello de la Poesía Descarnada? (un grupo poético creado por Jonio González, Miguel Gaya y Javier Cófreces hace más de 15 años), todavía lo recuerdo con simpatía."
En ese momento y después de admirar tantas cosas en Molina, empezando por su magnífica obra y siguiendo por la lucidez implacable de su discurso, comprobé que su memoria también dejó espacios para los gestos de generosidad y acercamiento a los demás.

Javier Cófreces


sábado, 24 de agosto de 2013

Cómo llamar a un tigre (Reynaldo Jiménez)

                                                                               

Franz Marc - 1912

                                                                                 Tigre, tigre que relumbras
                                                                                 en lo oscuro de la noche
                                                                                 ¿qué mano inmortal qué ojo
                                                                                  forjó tu aterradora simetría?

                                                                                                                    William Blake


El Tigre atrae la suerte de mi ensueño. Fuente la más última, surte un efecto de quimera infantil por su quemante desmemoria. Pero nítidamente lo recuerdo, o tal vez todavía lo presencio: sus ocelos son islas de infinito lodo que se deshace ante el propio perplejo al tiempo que oscila, lleno de árboles.


Es femenino pero no es ella, es masculino pero no es él. Nada de esfinge. Es una gota por la que cruza el arcoiris, el Tigre. ¿Hasta cuándo no sucumbir de una vez y para siempre ante el destello sin porvenir de su zarpazo? Entraña el fuego, pero al correr tras su presa levita sobre las aguas, disuelve la gravedad, come también de su movimiento.




Tiene riberas en las que se acuestan raíces de grey inestable, cadenciosos enlaces y desenlaces estelares.


En la piel del Tigre acontece lo mismo que en su entraña.


Uno será pulga eterna para su lomo de luz de Bengala. Absoluta benevolencia la del ecuánime: agudo y grave, podría arrancarme de un soplo sin chistar siquiera de mí mismo. Tanto como del charco irisado un zancudo hembra despega su desliz.




En las tripas del Tigre mora mi tribu.


El hálito del Tigre abarca muchas aldeas, a veces caseríos, maquetas fantasmas, letreros que portan ideogramas de corrientes de aire, casas flotantes, buques areneros que se detienen en la noche cultivando una pequeña huerta de luces. Pero en las flechas de agua pasa ardiendo la calma del Tigre.




No se cuenta entre los números ni se discierne al contrastarse las letras. No conoce la risa ni frecuenta forma alguna de cansancio. Detrás de la máscara hiriente, la máscara de fuerza, el Tigre sabe bien que no ha nacido.


Su aura dispersa esquirlas de lo inmóvil.

¿Nacerá alguna vez el Tigre?
Remolinos del Ocelado
muerden como ojos.


Si se sacude, puede sentírselo recorrido por súbitos estreme-cimientos venados.


Encendido como un radar de ameba enmascara al dios en sus párpados múltiples.



Nunca coincide con su jaula.


No lo conozco despierto o dormido, vigilante y de pie o entregado a esa laguna en la que sueña conmigo.


Nadie me conoce y yo no conozco a nadie. Trepo por el lomo del Tigre, aunque nunca sé cuándo. No sé por qué, pero cada vez que lo miro ya me he vuelto implicíto suyo.




El Tigre me ha devorado —no una: mil veces. Ondula pero no cuando el ojo se lo exige; jamás satisface una curiosidad. Jamás espejea y sin embargo me ha cautivado desde que, al darme la noticia de mi muerte, me eligió como su excéntrica mascota.


A veces me saca a pasear por las avenidas de agua, o me vende al mejor postor de entre todas las apuestas del hervidero. Me sumerge en el barro y me empapa de polen, me incuba y me desteta a la vez; yo soy su recién nacido.



¿Adónde estará ahora la muerte —ahora que la muerte ha sabido del Tigre? Quisiera, como el Tigre, aprender a flotar en la revuelta sin rostro de su ceguera piadosa.


Al quedarse sin sombra, el Tigre se parió a sí mismo. De su hálito manaron las cacerías o la búsqueda de la perpetuidad en la saciedad— y las pinturas —o la práctica del hambre de la mano.


Al desmoronar toda sombra, toqué la soledad incólume del Tigre.


Es tan claro el Tigre que su seno alberga al noctívago destino. Sus largos filamentos alumbran la presencia consumada en recorrerlos, como a pasadizos finísimos hacia el fermento que renace. Y tan oscuro, sin embargo.


Al interior del Tigre, afloran con docilidad tanto la gran laguna que precede al nacimiento cuanto la transmáscara, reflejojaguar de lo intacto que ahora viene.


Le doy la forma pero no la pierdo. Sólo el Tigre brilla de verdad; sólo él disipa el sobresalto de la felicidad o el candado de la pena.




Se hace intratable al retratarlo. Me lo advierte, y suelto la esfera de cristal que cae hacia arriba. Esto lo sé porque al mostrarme el filo directo de su fuerza, también ha suspirado.


Caigo todavía en el esófago del Tigre. Hablo todavía desde la cámara oculta de su corazón. Sueño que me envuelve con sus cambiantes brazos, brazos de un Shiva pulpo multiplicador.




Cuando dejo de hablar en sueños, estoy en el Tigre.

Cuando dejo de soñar, estoy en el Tigre.

Cuando hablo con los muertos estoy en el Tigre.

Cuando tengo que correr (y en mi mayor velocidad se explicita mi exacta pesantez) para no quedar capturado.
Cuando los árboles de la luna navegan mi pecho.
Cuando me olvido, cuando me he sentado a masticar un icono.
Cuando, rendido, no me disuelvo, soy el Tigre.

Cuando mascullo y agito la bruma, soy el Tigre.

Pero no es verdad: nunca estoy en el Tigre ni puedo ser el Tigre.

No tengo manera de estar en el Tigre que soy.

No tengo Tigre en la mano.

No cuajo Tigre en la pregunta.

No cuento Tigres para dormir o para despertar.





Si construyo un ornamento, se descascara con una sola de sus voces.


Me ato al mástil pero el Tigre no aparece.


El Tigre no tiene aspecto de Tigre, ni un aspecto en absoluto. El Tigre se parece a lo que no encuentra adónde reflejarse.




Si me dibujo en el ensueño es porque el Tigre se tiende orilla sobre mí.


Soy su colmillo y su presagio, me digo, de pronto a medias en la cama revuelta como un estanque que en su no estar alterado se presiente: soy su invitado y su festín.


El Tigre no se apiada, en fin, porque posea alguna clase de piedad, ni porque consienta al capricho de inmortalidad momentánea que nos asiste. No sabe de intenciones y por eso te vomita desde el nombre hasta más verte en tu propia pupila.




Cuando el Tigre me acompaña, sé bien que estoy solo.





Si no es alguien, el Tigre tampoco nadie. No responde a torpe inquisición o a sutil destreza. No se pone el ropaje lenguaje; no se mueve ni está quieto.


Yo tripa del tigre, viaje agente de la víbora de río allende la luz oblicua.


Hay algo en el Tigre que hace pasar a través de los poros de uno mismo.


De la paciencia del Tigre,
la fulminante calma
del trueno.




Tanta hambre el Tigre tenía

que su sombra mordía.  





La soga del hambre

el tigre mordió.

Salió hacia dentro,

preñó la sombra

y de mi tiempo

me sacó.

Fue por eso

sin embargo

que la espuma

de los ojos

de sus mapas

ondulantes

al poco tiempo

a luz me dio.





Hambre de soga,

mediando el Tigre,

no sé morder.





La música del Tigre, a pesar de lo dicho, es una impostura, una trampa para cazadores de Tigres. Quien dice amar a su Tigre quiere sujetarlo con la artimaña o artero arte de darle triple alimento: la evasión de la necesidad, el consuelo a la intemperie, la almohada que pesa más que cualquier piedra del fondo.


¿Pero quién podría jurar que ha llegado lejos en su intento de fijarlo mediante la rendición de un tributo? ¿Cómo escindir al Tigre? Y, además, ¿qué piel tocar que no derive hacia el Tigre?




Cuando está el Tigre, me acurruco en su manto.


Peregrinos lo tachan con guirnaldas, adoran su excremento, fotografían sus palabras —la santidad del Tigre no se confirma sino en su móvil evaporado.




No representa el Tigre al Tigre. No actúa el Tigre la acción del Tigre.


Y también peregrino, cazador de adioses igual que tú, sé todo esto acerca de la abundancia del Tigre porque hemos cruzado nuestros sueños y se han rozado mi temblor y su caricia.


Pero el Tigre carece de destino. Su rugido que toma la muerte no difere en realidad del abstraído rumor de su metamorfosis.


Hablo del Tigre cuando podría sumergirme en él o en ello.




Digo cosas que al Tigre no le importan porque lo decible no le concierne. Porque no hay cómo hablar del Tigre sin traicionar su ofrenda.




Se da el Tigre cuando la música cesa.


Si en el corazón hay un intruso, es el Tigre que ha vuelto. ¿No seré el intruso de mi centro?, me digo. Entonces abro; dejo que el Tigre trague la vía láctea que conduce a mi sombra.


Cambia, el Tigre, de postura de semilla a lemniscata de eco que se contenta con circular.


Mi piel es el Tigre al que no doy alcance.




El Tigre por dentro está salido.

                                               [Reynaldo Jiménez (Lima, Perú,1959-)]

Paul Celan. Fuga de la muerte (Eduardo Mileo)





       Celan toma una copa. La vida reflejada en el vino es sangre que adormece. La vida no en los sentidos, sino debajo de la piel; no sentida, sino incorporada, absorbida. La vida por ósmosis. Veneno que mata enamorando y que, matando, enamora. Los ojos, los oídos, instrumentos que el alcohol afina, cuerdas sensibles a un fuego que incendia álamos y helechos. Paisajes altos, intrincados; redes de imágenes atrapadas por redes de palabras que no dicen lo que son, sino que son lo que dicen. Digestión. Transfiguración. Hechos que recién son hechos cuando vuelven a ser. Repetición. Tartamudeo. Pero no de la palabra, sino de la imagen. Vómito. Regurgitación. Placeres ácidos. Placeres que han sido. Ni sí ni no. Ni vida ni muerte. Dolor adormecido. Personas que son fantasmas que el humo de los hornos devuelve a su realidad. Sombras: dudas de la luz. El viaje está por comenzar, porque recién ha terminado.
         Celan toma una copa y, a la manera de un chamán, encuentra allí su oráculo. Visiones de un infierno personal que halla su infierno en el espejo del mundo. Se nombra lo que se ve porque se sospecha de los ojos. Se repite porque se sospecha de las palabras. Se vuelve a beber porque se sospecha de la unidad. El que ha sufrido no dejará de acariciar la cabeza de un perro.
         Celan toma una copa. Se recupera de su imagen. Sabe que no le fue dado ser ángel, y trata de no ser demonio. Hombre tan sólo.Tan solo. El resbalón perdido del espejo es el rostro de la madre. Pero la madre arde. Es humo amado el que vuela. Otro cielo. Otro dios el que gobierna. Duele decirlo, pero es necesario que el sacrificio tenga sentido.
         Celan toma una copa. Viaja en los vapores. Gases que adormecen para siempre y son humos que fueron seres queridos que, viajando por el aire, vuelven a respirar. El idioma del oprimido es el idioma del opresor. Celan liberado por el horror, pero encadenado a una lengua que ha desgarrado a su patria. Celan partiendo a Francia para poder escribir en alemán, para inventar una tierra que ha matado a sus hijos. Palabra que regresa de la muerte, transfiguración de un sitio que ha dejado de ser habitable, Celan repite la sentencia de Böll. "No estoy reconciliado con un mundo en el que un ademán puede costar la vida".





DE LOS RUIDOS, como nuestro principio,
del barranco,
donte te me caíste,
vuelvo a sacar
la caja de los juegos -
tú sabes cuál: la invisible
la

inaudible.



EL CORAZON abierto como un pozo
para que ellos instalen sentimiento.

Gran Patria elementos pre-
fabricados.

Hermana de leche,
pala



ELLA peina su pelo como se peina a un muerto:
lleva los años azules bajo la camisa.

Lleva los añicos del mundo en una ristra.
Sabe las palabras, pero sólo sonríe.

Mezcla su sonrisa en la copa de vino:
debes beberla para estar en el mundo.

Tú eres la imagen que le muestran los añicos
cuando se inclina pensativa sobre la vida.




HABLA tú también
habla como el último,
di tu palabra.

Habla --
No separes el No del Sí.
Da a tu palabra también el sentido:
dale las sombras.

Dale bastantes sombras,
dale tantas
como sepas repartirlas en torno a ti entre
medianoche y mediodía y medianoche.

Mira alrededor:
ve, cómo lo viviente deviene entorno.
¡Con la muerte! ¡Lo viviente!
Verdad habla quien sombras habla.

Pero ahora se contrae el lugar donde estás.
¿Adónde ahora, despojado de sombras, adónde?
Sube. Tantea en lo alto.

¡Delgado te vuelves, desconocido, fino!
Fino: un hilo,

del cual quiere descender la estrella:
para nadar debajo, debajo,
donde ella se ve nadar: en el oleaje
de errantes palabras.



SOBRE RASTROS mojados por la lluvia
la acrobática prédica del silencio.

Es como si pudieras oír, como
si todavía te amara.


Versiones de Ela María Fernández Palacios y Jaime Siles


En altamar


París, el barquito, está anclado en el cristal:
así comparto contigo la mesa, bebo en tu honor.
Bebo hasta que te reluce oscuro para ti mi corazón,
hasta que París navega en su lágrima,
hasta que toma rumbo hacia el lejano velo
que nos oculta el mundo donde cada tú es una rama
de la que cuelgo como una hoja suspendida y silente.

Estoy solo, coloco la flor de ceniza
en el vaso lleno de negrura en sazón. Hermana boca,
ni dices una palabra que sobrevive ante las ventanas,
y silente trepa por mí lo que soñé.

Mi florecer se da en la hora marchita

y reservo una resina para un pájaro tardío:
lleva el copo de nieve en su pluma rojo-vida;
el grano de hielo en el pico, atraviesa el verano.



Los cántaros





                                                                                                            Para Klaus Demus



En las largas mesas del tiempo

beben los cántaros de Dios.


Beben hasta el fondo los ojos de los videntes y

los ojos de los ciegos,

los corazones de las sombras imperantes,

la mejilla hundida de la tarde.

Son los más poderosos bebedores:

igual se llevan a la boca lo vacío que lo lleno

y no rebosan de espuma como tú o yo.





De "Amapola y memoria" 1952

Traducción de José Ángel Valente




Negra leche del alba la bebemos al atardecer


la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus
mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos en la mañana y al mediodía te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita cavamos una tumba en el aire no
se yace estrechamente en él
Grita cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad sonad
empuña el hierro en la cintura lo blande sus ojos son azules
cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la
danza

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y la mañana y al atardecer
bebemos y bebemos
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita él juega con las serpientes
Grita sonad más dulcemente la muerte la muerte es un maestro
venido de Alemania
grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como
humo en el aire
y tendréis una tumba en las nubes no se yace estrechamente allí

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía la muerte es un maestro venido de
Alemania
te bebemos en la tarde y la mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro venido de Alemania sus ojos son azules
te hiere con una bala de plomo con precisión te hiere
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
azuza contra nosotros sus mastines nos sepulta en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro venido
de Alemania
tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita

Versión de José Ángel Valente